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Archive for 5 de octubre de 2012

… EN UN SOLO SEGUNDO.

 

 

EN UN SÓLO SEGUNDO...

EN UN SÓLO SEGUNDO…

Apenas eran las siete de la mañana, de una jornada cualquiera.

Celia acababa de abrir la puerta del establecimiento como todos los días. Hoy tocaba inventario. Con esfuerzo, levantó el cierre metálico no sin acordarse mientras tanto de la familia del que lo montó…

Saludó levemente con la mano a los pocos compañeros de fatigas de los comercios vecinos, que se afanaban como ella; para después, lentamente, abrir la puerta interior casi a oscuras.

No era un buen día. Llevaba sin serlo demasiado tiempo y ya casi se había acostumbrado. Porque los males del corazón, se combaten, pero si son profundos no se remedian. Y ella había decidido tomar aquel “Paracetamol amoroso” cada amanecer, sin receta y sin resultados.

Entró despacio en la tienda totalmente oscura. Y a tientas, se acercó para levantar el interruptor que daba vida cada día a decenas de neones cuando sintió aquel horrible contacto contra su cabeza que ahora la paralizaba. Y en medio del atronador silencio, sintió a centímetros su respiración agitada, el temblor de su cuerpo… y creyó morir.

Ni una sola palabra. Ni un susurro.

Sólo aquel frío cortante, metálico, que recorría su cuerpo desde la cabeza hasta los pies sajando a su paso como un bisturí.

Los segundos transcurrieron como horas. Y un sudor gélido recorría su espalda para llegar a su contorneada cadera. El mundo se había detenido y ella con él.

Con tan sólo 25 años, y en sólo unos instantes, en un viaje de ida sin vuelta había llegado al averno. Sin pecado alguno.

De pronto, aquel hombre se dirigió a ella. Y el latido vertiginoso de su joven corazón apenas le dejó oír aquellas cuatro palabras, que sin embargo atronaron en su cabeza.

-¡Cierra la puerta ya!-le dijo tajante, mientras la arrastraba vilmente del brazo hacia la entrada con una fuerza enorme. Y Celia, sintió que casi perdía el equilibrio, paralizada por un miedo que le impedía pensar, reaccionar. Casi respirar.

Apenas si podía sostener las llaves, que repiqueteaban al chocar entre ellas al ritmo del pánico. Sus manos temblaban, sudorosas. Y ella se aferraba a aquel llavero como un náufrago al último bote. Pero al final, sin saber como, pudo dar aquellas dos vueltas que a le sonaron a despedida. A partida. A fin.

Nuevamente, aquellos manos canallas cayeron como un mazo sobre sus hombros. Para arrastrarla sin piedad a través del pequeño comercio entre mil tropiezos, y llegar hasta el mostrador en mitad de un silencio atroz, indescriptible.

Aquello no podía estar ocurriendo, pensó aterrorizada.

Pero sí, ocurría. Y era tan real como aquel pavor que la atenazaba. Que la dejaba sin aliento.

Sintió entonces como sus dedos recorrían su cuerpo. Como aquellas manos grandes, ásperas, la toqueteaban suciamente; palpando su pecho, su cintura, en medio de una sensación nauseabunda. Envuelta en aquel fétido olor a sudor y alcohol barato, y en el terror que la paralizaba cada vez más.

el terror...

el terror…

No era capaz de moverse. No era capaz de gritar. Se sentía muerta en vida. Una vida que se le escapaba en cada inmundo roce de aquel desalmado.

De pronto, como un estallido en mitad de aquel repugnante momento, sonó el teléfono. Una, dos, tres veces… como un cincel golpeando a oscuras. Y aquel hombre la soltó de repente asustado. Sin mediar palabra.

De un salto, él se abalanzó sobre el mostrador; y tentando a oscuras tiró del terminal para arrancar el cable de cuajo de la pared, para hacerse de nuevo el silencio. Aquella calma helada que lo congelaba todo.

Celia entonces vio la luz. Era y tenía que ser su momento.

No había podido luchar contra aquel dolor que la mataba por dentro tras perder aquel amor, después de años de un romance apasionado. Pero sí iba a ser capaz de pelear por su vida. ¡Tenía que hacerlo!.

Y se armó de valor.

Con su mano derecha, echó hacía atrás su melena rubia, para asir inmediatamente aquella varilla metálica con la que se ayudaba a subir la verja muchas mañanas y que había dejado ayer sobre la mesa.

-¡Bendita hora!-caviló.

Sin pensarlo. Con las escasas fuerzas que aún le quedaban, levantó aquel arma improvisada para bajarla rauda, veloz, zigzagueando en el aire para asestar un golpe seco a su adversario. Era su única oportunidad. Era su vida o la suya y ella lo sabía.

Entonces, oyó aquel alarido áspero, casi gutural que le heló la sangre. Al que siguió el sonido, como un estrépito, de un cuerpo al caer inerte sobre el suelo.

Celia no dudó entonces. Y como alma que el diablo lleva, se abalanzó sobre la puerta. Sin titubear, giro de nuevo la llave en búsqueda de la calle y la supervivencia. Le faltaba el aire y el pecho le ardía.

La luz le estalló en sus ojos. Y un grito desgarrador, como un torrente, salió de su garganta. Roto. Enloquecido. Como nunca había pronunciado. Pánico en estado puro.

A partir de aquel momento todo se sucedió como en sueños…

Y la puerta se plagó en segundos de viandantes y comerciantes que se adentraron en el comercio en busca de aquel tipejo, con los rostros desencajados por la rabia, mientras otros la sostenían fuertemente para evitar que cayera al suelo.

Para descubrir nada más entrar que ya nada era necesario.

No hubo ya forcejeos ni peleas en el interior. Ni un solo ruido más. Porque aquel impacto, el de aquel sable justiciero había hecho su trabajo. Para teñir ahora el suelo de rojo muerte.

Rojo... muerte.

Rojo… muerte.

………

Los días, las semanas habían pasado. Y todo parecía ahora una alucinación. Una cruel fantasía.

Para todos, menos para ella. Para Celia.

Porque todo había cambiado en su interior desde aquella terrible mañana en la que amaneció a una nueva vida. Todo.

Y a pesar de lo ocurrido, de aquel día que no olvidaría nunca, hoy se sentía más fuerte, más segura. Reencarnada en la mujer que nunca debió dejar de ser.

Su mirada había vuelto a ser de nuevo transparente, tierna pero firme. Con la confianza y la fe recuperada. En paz. Porque ahora sabía que era capaz de luchar por todo. Que no habría retos ni obstáculos que no pudiera salvar.

Que la vida volvió a ella, de nuevo, frente aquel frío acero…

En un solo segundo.

en un solo segundo 4

………

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