……………………………………………
Para leer escuchando…
A veces es necesario pararse, detener por un minuto el paso y reflexionar. Regalarse unos instantes para uno mismo un día cualquiera de esos que nos remolcan sin piedad para bajarse del carro de la vida que nos arrastra sin tiempo y pensar sobre lo que nos sucede. Si nos gusta cómo lo estamos haciendo. Si somos lo que queríamos ser. Si estamos donde buscábamos estar; o si no nos hemos perdido en algún lugar del camino.
Es necesario. Sería casi imprescindible. Pero qué poco lo hacemos y casi siempre por miedo…
Y es que es difícil ponerte frente a ese espejo, el que no refleja nada salvo tus emociones y tus vivencias desnudas. Ese que no se cuelga en la pared pero te desviste por dentro como ninguno. El de la realidad y la soledad frente a tus pensamientos más íntimos, el que te señala cada arruga en el alma.
Yo, hoy, he decidido hacerlo. He pensado que era el momento y he buscado un lugar cualquiera para probarlo.
He intentado despojarme de todo lo que no necesitaba para ver mejor mi reflejo. He dejado sobre la mesilla mis dudas y mis manías, vaciado mis bolsillos de recuerdos inútiles y de prejuicios, y me he puesto las gafas más sinceras que he encontrado.
Pero no ha sido fácil; me ha costado abrir los ojos. Porque no sabía seguro que iba a encontrarme frente a mí. Ya no recordaba cuanto tiempo hacía que no desempolvaba ese retrato al día de mi mismo y me daba pavor encontrar algo que no me gustara. Pero sobre todo algo que ya no tuviera solución y que fuera inmisericorde con mis promesas y mis ilusiones.
Tardé en abrirlos, sí.
Y para hacerlo intenté dejar atrás cualquier resquicio de miedo. Me aferré a ese optimismo innato que mi querido padre me dejó en herencia. Dibujé, casi como una mueca en el aire, la mejor sonrisa que llevaba guardada dentro, y poco a poco dejé que la luz inundará mi mirada mientras dentro de mí canturreaba aquella canción que me había acompañado en tantos momentos importantes. Y casi, por un momento, me pude sentir fuera de todo y de todos. Y entonces di el salto necesario…
…..
Había cambiado, me dije al ver mi primera imagen.
No es que fuera muy distinto, pero algo era diferente o al menos yo me sentía otro, y eso me sembró de dudas. No era como yo me recordaba, no, pero no me importaba y eso a la vez, me lleno también de esperanza.
El tiempo había hecho su trabajo y no había pasado en balde, dejando huella de emociones en la piel y en el recuerdo, pero aún podía ver un brillo de confianza en mis ojos y eso me aliviaba. Porque nada me hubiera dolido más que verme frente a mí despojado de ilusiones, enterrado en anhelos muertos por los años. Porque envejecer sin sueños por cumplir, sin la esperanza de cumplirlos, sería morir cada día, y eso no lo hubiera soportado.
Que ya no era un chaval, era obvio. Pero todavía quedaba un fulgor de aquellos tiempos en el fondo de aquella mirada, como si a pesar de todo, a pesar especialmente de uno mismo, aún esperara que lo mejor estuviera por llegar. Y lo estaba.
Miré mis manos. Las palpé despacio. Seguían siendo fuertes, ajadas por el tiempo, pero firmes y con ganas. Como si quisieran asirse a los años con fuerza porque supieran que quedaba lo más complicado, pero a la vez lo más excitante: llegar y llegar con quien has decidido.
No. No parecía ahora tan difícil. Lo complejo había sido comenzar a desnudarme frente a mí mismo. Y aunque era complicado observarse y preguntarse, las respuestas comenzaban a fluir solas, como si nada las entorpeciera, porque es imposible engañarse cuando únicamente buscas la verdad que se despoja de ataduras.
Y seguí mirando. Y me di cuenta de que había cicatrices que ya no recordaba, pequeñas pero intensas, grandes pero olvidadas, y pensé que todas me habían llevado hasta ese momento, y que el dolor que las causaron me había construido como lo que ahora era y tenía frente a mí. Y que aunque aún recordara el rencor que me causaron, también me habían hecho mejor persona porque pude soportarlas y seguir adelante.
Encontré muchos sueños heridos. Algunas promesas incumplidas, ilusiones que aunque olvidadas seguían permaneciendo a mi lado, dentro de mí, y eso me hizo reconciliarme conmigo mismo. No, no me había resignado, o al menos no del todo, y eso me daba fuerzas para continuar e intentarlo. Aún era posible, porque todavía creía que lo era.
Porque en ese viaje me topé con más alegría que tristeza. Con más esperanza que melancolía, incluso con ganas de intentar lo que nunca había logrado pese a mil tentativas; y pensé que el camino merecía la pena porque todavía quedaba tiempo para recuperar energía y seguir. Esa era la respuesta.
Sí. Hallé dudas. Percibí temores. Pero nada que no pudiera enterrarse bajo la confianza en avanzar y darme nuevas oportunidades. En descubrir nuevas metas, en pensar que todavía quedaban por escribir capítulos irrepetibles y que aún tenía la pluma, el papel y las ganas.
Y que a pesar de todo, de mis faltas, de mis vacios, de mis heridas y las causadas, de mis temores, era feliz. Que las mil vueltas que me habían llevado a aquel lugar, frente al espejo de mi existencia, me habían dado nuevas alas para un nuevo comienzo. Y que tal vez, aquellas manos habían recuperado su energía porque otras se aferraban a ellas con fuerza. Que aún mis pasos eran firmes porque ya no caminaba solo, sino después de tantos años con quien quería. Y que no solo podía sino quería seguir adelante, porque ahora ella estaba a mi lado.
Cerré los ojos. Y todo fue desapareciendo.
La tarde se despedía y yo de mi mismo. Abrí la puerta y dejé que la brisa de Sevilla me arrastrara con ella. Me sentía bien, y anduve sin rumbo allá donde me llevaron mis pasos y porque el lugar no era lo importante. Porque había encontrado una respuesta a lo que buscaba, y esa tenía las siete letras de tu nombre.
Y en aquel momento, pensé que ya todo lo demás no importaba…
……………………………………………
DEDICATORIA:
A Beatriz…