Para leer escuchando…
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Como un punzón, un escalofrío le recorrió la espalda.
Tan sólo lo había perdido de vista un momento, apenas el tiempo necesario para limpiarse un poco las gafas, y ahora el asiento estaba vacío frente a ella. Y un dolor extraño con sabor a tristeza se adueñó de su cuerpo.
Aún no se explicaba lo que había ocurrido. Cómo había empezado todo, pero ahora estaba allí, sola. En mitad de la nada. En aquella línea de metro que nunca habría tomado, cerca ya de la media noche de un viernes cualquiera. Desde que sin saber porqué, decidió seguirlo sin poder hacer nada por evitarlo. Y así como una autómata, fue tras Él cuando sus miradas se cruzaron, apenas un segundo, en aquel andén.
Aquel chico con aire despistado y aquel brillo en sus ojos, no necesitó nada más…
Lola sin pensarlo, había tomado aquel vagón al asalto un instante antes de que la puerta se cerrara tras ella. Y sorprendida de aquella ocurrencia, se había refugiado en el último sitio libre que quedaba al fondo.
-¿Desde luego cada día estas más loca?-se dijo en silencio mientras sonriente movía la cabeza.
Pero -¿Porqué no?- se preguntó. No tenía nada más que hacer que volver sola a casa después del trabajo. No molestaba a nadie y en el fondo aquella situación le divertía. Seguir a un desconocido en el metro, a distancia, y en plena noche.
-Mejor no contárselo a nadie…- Sonrío.
Decidió que ya que había tomado esta absurda decisión se lo iba a tomar en serio. Estaba demasiado lejos de su objeto de estudio, así que en la primera parada que pudo buscó un asiento apenas a unos metros de aquel hombre.
Como si alguien la observara, miró a derecha e izquierda, y tras reírse de si misma por aquella ocurrencia, cual espía tras el telón de acero, decidió observarlo con más detenimiento.
-¡El muchacho es realmente guapo, si señor!-balbuceó en silencio, mientras lo miraba con aire distraído.
Él, mientras tanto, ajeno a aquel seguimiento se atusaba el pelo enfrascado en un libro que acababa de sacar de un pequeño bolso.
-Apenas llegará a los cuarenta-se dijo.
Alto. Moreno. Elegantemente informal, parecía volver de un día intenso de trabajo. Se le veía cansado, pero no dejaba de dibujar una suave sonrisa con aquella boca grande; y Lola pensó que era realmente bonita.
Intentó pensar quién podría ser, de dónde vendría, qué pensaría. En un juego que le pareció placentero en un principio; oculta en aquella selva de gentes que entraban y salían a cada llamada de la locución de turno. Y así, comenzaron a caer las paradas, una a una. Sin que ella pudiera ya apartar su mirada.
Y sin darse cuenta, comenzó poco a poco a mirarlo con otros ojos. A perderse en sus gestos de hombre tranquilo. A analizar su semblante, cada expresión, cada pequeño movimiento. Para sin saber cómo, dejar de ver a nadie más en aquella vorágine de hora punta, y verse sola frente a Él y frente a ella misma.
Y aquel entretenimiento de viernes aburrido se fue tornando en otra cosa. En una atracción que la arrastraba inexorablemente, cuajada entre aquellas paredes y luces blancas. En aquel silencio atronador que parecía inundarlo todo, y que la llevaba a aproximarse más a aquel asiento junto a la segunda puerta.
Y es que a veces, cuando menos lo esperas, la vida te sorprende. Te ofrece una oportunidad inesperada, pero mágica. Y aquella noche, perdida en aquel frío banco, Ella comenzaba a sentir la magia.
De pronto Lola se vio frente a su mirada. Lentamente, había dado el paso para colocarse en el asiento de enfrente. Él, al otro lado, parecía no observarla mirando al vacío.
Hasta que de pronto ocurrió… y una sonrisa dibujada en aquel rostro la removió por dentro. Frente a ella, aquellos ojos claros la observaban, sí, mientras el mundo se detenía por un instante.
Lola no pudo mantener mucho aquella mirada y azorada bajó la vista buscando el sosiego perdido.
-¡Vamos, que te pasa!…–se preguntaba.
Y en cuanto pudo retomar el aliento, levantó de nuevo los ojos para encontrarse con los suyos que continuaban observándola como antes. Sí, la miraba…
Entonces, no pudo hacer otra cosa que sonreírle. En una sonrisa que de ida y vuelta cruzó los pocos metros de un universo pequeño pero a la vez inmenso, que entre los dos comenzaban a tejer entre la multitud. Un espacio propio, íntimo a pesar de todo, que no necesitaba nada más que aquel aire hechizado y su presencia.
Y así transcurrieron los minutos casi en un suspiro. Para sin hablarse, decírselo todo. Como si estuvieran predestinados a aquel encuentro callado que necesitaba un firmamento fuera…
[…]
Y de pronto… el vacío.
Aquella inesperada ausencia que la estaba desgarrando por dentro cuando al cerrarse la puerta se dio cuenta que Él ya no estaba. Que ni siquiera sabía su nombre. Que aquellos ojos se habían perdido, y con ellos una ilusión como no recordaba…
[…]
Apenas había dormido. Cómo hacerlo.
No lograba entender lo que había ocurrido la noche anterior, intentando buscar una explicación a algo que parecía no tenerla. Realmente no había sucedido nada, o tal vez había ocurrido demasiado. Pero en su interior sabía que aquellos minutos, que aquella mirada la habían marcado por dentro para siempre.
Tal vez no dejó de ser un simple juego, un pasatiempo sin sentido ni razón alguna, se decía. Algo que comenzó como una diversión a la que ahora se aferraba desamparada y triste sobre aquel viejo sofá. Atormentada por no haber dado el paso para simplemente hablar con Él.
El sonido del teléfono la saco de la ensoñación.
Lola miró al reloj aturdida; eran ya las ocho de la tarde y sus amigas, al otro lado, le recordaban donde habían quedado para tomar algo.
Se dio prisa. Y el agua de la ducha cayó sobre su cuerpo como un maná salvador y se dejo querer. Se enjabonó despacio, y dejo que por unos minutos, aquel manantial urbano barriera la tristeza en la que llevaba sumida todo el día.
Después, decidida, abrió el armario y sin pensarlo tomó aquel vestido de los días importantes. Ese que parecía elevarla sobre sus penas. Y así envuelta en lino, y su mejor perfume, sacó su sonrisa enlatada a pasear la ciudad.
-¡Todo pasaría…!-pensó.
Bajo entonces las escaleras, despacio, como en un ritual en busca del refugio de las calles, para casi sin darse cuenta adentrarse nuevamente en las entrañas de su Madrid . Y así buscar la línea 5 hacia La Latina: Su destino.
Nada más sentarse en aquel vagón sintió de nuevo un estremecimiento extraño. Parecía como si nada hubiera cambiado; como si el tiempo sorprendentemente se hubiera detenido…
Intentó no pensar más en ello, no debía volver a caer en esa melancolía. Se había vestido para la fiesta y no estaba dispuesta a entristecerse de nuevo. Así que cerró los ojos e intentó borrar de su cabeza aquellos pensamientos.
[…]
-¡Próximo destino… La Latina!-anunció aquella voz, mientras Lola abría despacio los ojos.
Se había dormido casi y sin las gafas apenas podía distinguir las formas de los pasajeros que abarrotaban el metro. Se las colocó despacio, y de pronto la vida y sus colores aparecieron a su lado… pero también enfrente, de nuevo, aquella mirada.
Él no lo dudó.
Y de un paso cruzó aquel pasillo que llevaba dormido apenas un día. Para abrir de nuevo las puertas de aquel espacio único que sin saber cómo los dos habían construido hacía tan solo unas horas.
-¡Me llamo Mario!-le susurró dulcemente al oído.
Y aquellas cinco letras le estallaron dentro para borrar de un plumazo su nostalgia. Las puertas se cerraron y el tren prosiguió su camino.
Y el mundo de nuevo se difuminó ante ellos… perdido en aquel pequeño universo.
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DEDICATORIA:
A los/as que aún creen que si puedes soñarlo puedes hacerlo.
A Beatriz.